BUDAPEST, Hungría (AP) – El atletismo, y la fama, pueden ser juegos brutales. Nadie lo ha sentido más en los dos últimos años que la velocista estadounidense Sha’Carri Richardson.
En una bochornosa noche de lunes, a medio mundo de distancia de donde empezaron sus problemas, la corredora de 23 años ganó una medalla de oro en los campeonatos del mundo en la carrera de 100 metros más importante a este lado de los Juegos Olímpicos.
Su victoria, en 10,65 segundos sobre la jamaicana Shericka Jackson y la pentacampeona mundial Shelly-Ann Fraser-Pryce, puso el broche de oro a dos años de preparación y cumplió el mantra que lleva recitando todo el año, y que repitió una vez más tras su última victoria: “No he vuelto. Estoy mejor
Hace dos veranos, tras las pruebas olímpicas de Eugene (Oregón), el camino de Richardson hacia los Juegos de Tokio se vio bloqueado por un positivo por marihuana. Su nombre se convirtió en una prueba de fuego en un amplio debate sobre la raza, la equidad, el a menudo impenetrable reglamento antidopaje y, en última instancia, sobre la a veces delgadísima línea que separa el bien del mal.
Richardson dijo que lo había asimilado todo, que se había rodeado de partidarios y que había intentado ahogar al resto.
“Yo diría ‘nunca te rindas'”, respondió cuando se le preguntó qué mensaje enviaba esta victoria. “Nunca permitas que los medios de comunicación, nunca permitas que los de fuera, nunca permitas que nada, excepto tú misma y tu fe, defina quién eres. Yo diría: ‘Lucha siempre. Pase lo que pase, lucha'”.
Por esta victoria, en un campo en el que se encontraban cuatro de los ocho velocistas más rápidos de la historia, luchó.
Luchó cuando los caprichos del reglamento de la pista la colocaron en la llamada “Semifinal de la Muerte”, emparejada con Jackson y Marie-Josée Ta Lou, quinta y octava de todos los tiempos, en una carrera en la que sólo las dos primeras clasificadas tenían garantizada una plaza en la final.